La muestra del premio Escultura Olmos presenta ocho proyectos que se escapan de la noción tradicional de esa disciplina artística. Hay obras que trabajan con el sonido, y una serie de acciones que invitan a llevar prendas y lavarlas en el museo.
La obra se llama Raquel. Parece un gran meteorito vegetal, caído del cielo, o bien una enorme masa orgánica, cubierta de musgo, que hubiera surgido de las profundidades de la tierra. Dan ganas de tocar. Pero aquí se trata más bien de escuchar y de anudar de algún modo lo que se escucha a la elocuencia visual del objeto.
La presencia es poderosamente enigmática, un misterio que se potencia cuando se accede a unos auriculares conectados con un cable a ese enorme asteroide de material verdoso. ¿Qué son esos ruidos? ¿Un mensaje de otro mundo? ¿Un relato sonoro que hay que descifrar?
La obra se llama Raquel. Parece un gran meteorito vegetal, caído del cielo, o bien una enorme masa orgánica, cubierta de musgo, que hubiera surgido de las profundidades de la tierra. Dan ganas de tocar. Pero aquí se trata más bien de escuchar y de anudar de algún modo lo que se escucha a la elocuencia visual del objeto.
La presencia es poderosamente enigmática, un misterio que se potencia cuando se accede a unos auriculares conectados con un cable a ese enorme asteroide de material verdoso. ¿Qué son esos ruidos? ¿Un mensaje de otro mundo? ¿Un relato sonoro que hay que descifrar?
La obra es una de las piezas que integran la muestra del Premio Escultura Olmos, que se presenta en el Museo Caraffa junto al trabajo de otros siete artistas. Raquel es parte de un proyecto denominado “Biografías sonoras”. Ana Capra le pidió a amigos y conocidos que grabaran un “retrato audible” de sus vidas cotidianas, capturando sonidos de sus casas, el barrio o las calles por las que transitan. La idea es reivindicar aquello que por “ordinario” o invisible jamás es captado, y otorgarle al sonido la posibilidad de contar aspectos de una vida.
